El souvenir lunar del Apollo XV
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El souvenir lunar del Apollo XV

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Por José Manuel Grandela.- Ingeniero controlador de vehículos espaciales INTA-NASA

Hubo un tiempo, allá por las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo, en que un grupo de técnicos españoles participó de forma relevante en el Programa Apollo de la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio de los Estados Unidos), cuya meta no era otra que la de llevar por primera vez hombres a la Luna y devolvernos sanos y salvos a la Tierra, como había recalcado el carismático Presidente norteamericano John F. Kennedy en 1961.

Aquellos ingenieros y técnicos españoles de amplísima extracción, entre los que se encontraba el autor de estas líneas (en la imagen de la izquierda) desarrollaron su labor en las estaciones de seguimiento espacial de Fresnedillas (cerrada en 1985), y la de Robledo de Chavela que desde entonces ha aumentado de forma exponencial su capacidad técnica, sus enormes antenas y por ende los espectaculares descubrimientos del espacio profundo.

Inicialmente el Apollo XV había sido programado como su predecesor, sin mayores pretensiones que David Scott y James Irwin dieran un par de paseítos a pie (o a saltitos), para explorar una pequeña zona del Mare Imbrium (Mar de las Lluvias). Se encontraba cercana a una cadena montañosa llamada Apeninos (igual que los centroeuropeos), que se aupaba 5.000 metros sobre la llanura del mencionado mar, que ni era tal, ni jamás había conocido lluvias que justificaran su nombre. También debía instalar más equipos del ALSEP,y recoger piedras aquí y allá, como habían hecho sus colegas de los Apollos XI, XII y XIV.

Pero como los soviéticos habían tirado la toalla en la carrera a la Luna con hombres, visto el éxito irrepetible de Armstrong, el Congreso norteamericano vio la puerta abierta para reducir radicalmente el gravoso presupuesto del Programa Apollo, que muchos ciudadanos venían exigiendo desde que supieron que sus oponentes rojos ya no les pisaban los talones.

El tajo traumático a los fondos previstos por la NASA, supuso la cancelación de las misiones: Apollo XVIII, XIX y XX, que forzaron a su vez la eliminación del posterior Apollo Ap plication (Desarrollo del Apollo), que contaba con crear asentamientos fijos en la superficie de nuestro satélite. Realmente era un programa ambicioso, máxime en aquellos años.

La NASA hizo bueno el refrán: Every cloud has a silver lining -equiparable al español- No hay mal que por bien no venga, y aprovechó la minuciosa investigación que se estaba llevando a cabo tras el fracaso de la misión Apollo XIII, para rehacer gran parte de los cometidos iniciales del Apollo XV, y convertirlo en una auténtica misión científica a la Luna, con automóvil y todo.

Los cambios propuestos, de bastante complejidad y muy especialmente en las comunicaciones, sugirieron a los responsables de la NASA organizar seminarios o cursos para el personal de la red de seguimiento espacial, con lo que expidió un equipo volante de ingenieros y especialistas para mostrar al personal técnico de las estaciones ubicadas en los aledaños de Madrid, los múltiples cambios, con profusión de imágenes, gráficos y datos.

Corría el mes de mayo de 1971 cuando la NASA nos convocó a los chicos de Fresnedillas, por primera vez fuera del recinto de la Estación –aún no sé porqué-, emplazándonos a acudir a la Embajada de los Estados Unidos, en el Paseo de la Castellana. Acudimos un par de días, durante los que nos foguearon bien fogueados sobre las nuevas configuraciones, cambios de última hora, y nuevos entramados de comunicaciones, más importantes que nunca por el previsto alejamiento de los astronautas a bordo del cochecito eléctrico, que les separaría más de una decena de kilómetros del módulo lunar, llegando incluso a perderlo de vista.

La gran diferencia del Apollo XV con respecto a sus predecesores, era la de que llevaba en sus entrañas (nunca mejor dicho), un vehículo todo terreno a motor, para que los astronautas elegidos, David Scott y James Irwin pudieran desplazarse sin esfuerzo varias decenas de kilómetros de su base de partida, ampliando considerablemente  su área de investigación, y pudieran recoger piedras con menores restricciones de volumen y de peso.

En el curso quedó claro que en Fresnedillas teníamos que responsabilizarnos de controlar todas las variables, humanas o no, de los nuevos equipos y sistemas de telemetría, televisión en color y comunicaciones, con tres núcleos muy diferentes: el módulo de mando (Endeavour), orbitando la Luna; el módulo lunar (Falcon), sólidamente anclado en la superficie; y el Lunar Rover Vehicle - LRV (Vehículo Lunar Rover), haciendo avanzadillas por los alrededores del Falcon.

Lo primero que nos sorprendió de las imágenes que nos mostraron, fue cómo consiguieron embutir un vehículo todo terreno completo en un lateral del módulo lunar, sin que a simple vista sobresaliera nada de la ya conocida y siempre fea estructura. La segunda fue ver cómo nada más abatirlo sobre el suelo, los astronautas lo desplegaban pieza a pieza, como si fuera un gran mecano, quedando en pocos minutos montado y listo para darse un garbeo en él. Después de haber participado en varios Apollos, creíamos que ya lo habíamos visto todo, y no era así.

Las prestaciones del Rover lunar superaban con mucho las del Aston Martin del agente secreto 007 James Bond, descartando el aspecto balístico, naturalmente. Para empezar, el vehículo llevaba dos manillares de dirección, situados en el centro, y tenía marcha adelante y marcha atrás. Buena cosa fue porque -como contaron cuando venían de regreso a la Tierra, y en Fresnedillas éramos todo oídos-, al querer dar su primer paseíto, la palanca delantera de dirección se puso baturra y se negó a obedecer. De nada sirvió el sistema drástico de apagar totalmente el sistema de encendido con el ordenador de a bordo incluido, y volverlo a encender varias veces.

Conclusión: como el tiempo pasaba y los minutos gastados en la Luna eran demasiado preciosos por todo lo que tenían que hacer, optaron por utilizar la palanca de dirección trasera, y salir de viaje, pero eso sí, yendo todo el tiempo marcha atrás. Así se hicieron 10 kilómetros de polvareda sin sonrojarse siquiera. Cuando al día siguiente encendieron el Rover de nuevo, la palanca de dirección delantera funcionó a la primera, y jamás se pudo saber porqué entonces sí y el día anterior no.

En la Embajada norteamericana en Madrid, nos explicaron que para que el cochecito no se atascara en el impredecible asfalto lunar, le habían instalado un motor eléctrico indepen diente a cada una de las cuatro ruedas, para en caso de avería, poder circular con sólo dos de ellas. Podía alcanzar una velocidad máxima de 14 Km/h, pero los cerebritos de Houston recomendaron a los primeros conductores en la historia de la Luna, no pisar el acelerador más allá de los 4 Km/h. Esta recomendación fue escrupulosamente atendida después de que -ya en la Luna, y subidos en el Rover-, Irwin salió despedido del mismo por la velocidad “excesiva” de Scott. También debo decir que Irwin no se hubiese caído si hubiese llevado sujeto el cinturón de seguridad, como lo llevaba su compañero. Los especialistas de la NASA nos habían contado en la Embajada, que el todoterreno iba provisto de cinturones (aunque en la Luna no hubiera ni árboles ni farolas, u obstáculos parecidos, añado yo.) Incluso en el suelo del chasis iban dos pares de abrazaderas, para que los astronautas introdujeran los pies, consiguiendo así una mayor estabilidad. ¿Y por qué Scott iba convenientemente sujeto e Irwin no? Veamos lo que escuchamos en Fresnedillas, según se lo contaban a Houston a través de nuestros equipos.

La primera vez que Scott se subió al Rover, lo hizo dando un saltito (como hacían los hijos de papá en la Tierra, para entrar en sus deportivos, pasando por encima de la puerta). Cuando acomodó el trasero, y apoyó en el respaldo la mochila de supervivencia PLSS (Portable Life Support Subsystem), descubrió que no podía cruzar el cinturón por delante para llegar al enganche. Ni el brazo le daba por culpa del traje inflado, ni lo conseguía a tientas, ya que no podía retorcerse para acertar con el anclaje.

Como el tiempo seguía pasando, Irwin le ayudó a engancharlo sólidamente. Pero cuando se aposentó en su lugar de copiloto, ¿quién le ayudaba a él a ponerse su cinturón? No había un tercer astronauta que le ayudara a él. Para no perder más tiempo, decidió no hacerlo. Como las desgracias no vienen solas, tampoco consiguió introducir sus zapatones en las abrazaderas ad hoc porque, o estaban muy alejadas hacia delante, o él tenía las piernas más cortas que Scott. Sólo llegaba a ellas si se dejaba caer hacia atrás en una postura semi tumbada y por lo tanto incomodísima. Irwin volvió a cortar por lo sano, y se sentó erguido sin llevar sujeción alguna, ni en el tórax ni en los zapatones.

Tras aquellas explicaciones, que provocaron las risas de algunos en tierra, entendimos porqué, al conducir Scott con el acelerador algo alegre, y pisar el borde de un cráter, su acompañante Irwin saliera despedido del vehículo yendo a morder el polvo (polvo lunar, eso sí).

La avalancha de información que recibimos los dos días d el seminario en el Paseo de la Castellana, aseguraba que la misión Apollo XV, con sus novedosas incorporaciones, había sido perfectamente rediseñada, sin dejar ni un fleco suelto. Sólo los hombres podían fallar, que las máquinas no. Y a pesar del éxito global de la misión, los hombres-ingenieros fallaron, y por consecuencia, las máquinas que diseñaron, también. Vaya en su descargo que la reestructuración se hizo contra reloj por el corte brusco de los presupuestos de la NASA que redujo fulminantemente los previstos veinte vuelos tripulados a nuestro satélite a tan sólo diez y siete.

Según la g ran antena parabólica de Fresnedillas recogía las imágenes calentitas de la Luna, mis compañeros y yo nos deshacíamos en comentarios sarcásticos de aquellos torpones chauffeurs, que sin pudor alguno iban con el libro de instrucciones del modernísimo Rover en la mano, sorteando baches y cráteres no muy diferentes de los que nosotros sufríamos a diario para acceder a la estación de seguimiento. La diferencia mayor era que aquellos arriesgados aventureros no podían llamar a Ayuda en Carretera.

Ahora, 40 años después, quienes vivimos y participamos en aquella movida espacial en 1971, podemos admirar en el Centro de Visitantes de la Estación Espacial de Madrid en Robledo de Chavela, un souvenir pétreo que tuvimos la suerte de ver cómo lo cogía del suelo David Scott, sin imaginarnos jamás que décadas después la NASA regalaría una parte de él a la Estación, en agradecimiento a su magnífica ejecutoria profesional en la boyante e imparable investigación de nuestro entorno cósmico.

En el acto oficial de la entrega y descubrimiento de la roca protegida en una vitrina de metacrilato, uno de mis ex colegas comentó: “Llega un poco tarde, ¿no?” Pero yo coincido con el sabio refranero español que dice: “Nunca es tarde si la dicha es buena”.

 

Imágenes cedidas por José M. Grandela:

FOTO 1: Estación de Seguimiento de la NASA en Fresnedillas. La antena apunta a la nave Apollo XV en su viaje hacia la Luna. En primer plano el autor de estas líneas junto al cartel de la entrada.

FOTO 2: Fresnedillas. El personal técnico del área de Receptores en plena acción.

FOTO 3: Uno de los sobres conmemorativos que llevaron los astronautas consigo a la Luna, y que autografiaron después. Los matasellos muestran las fechas del lanzamiento y amerizaje cerca del portaviones USS Okinawa (26 jul/7ago 1971).

FOTO 4: Imagen de archivo. Apollo XV y su tripulación

FOTO 5: Anverso y reverso de la medalla conmemorativa del Apollo XV con que la NASA premió la excelente labor del personal técnico de la Estación de Seguimiento de Fresnedillas.

 

 



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